JARDÍN LITERARIO






El mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años.
El segundo mejor momento, es ahora. (Proverbio chino)



Chinua Achebe.  Things fall apart.  Penguin Books, 2001.  (First edition 1958).
"The wrestlers were not there yet and the drummers held the field.  They too sat just in front of the huge circle of spectators, facing the elders.  Behind them was the big and ancient silk-cotton tree which was sacred.  Spirits of good children lived in that tree waiting to be born.  On ordinary days young women who desired children came to sit under its shade"  (Chapter 6; pag. 34).
 El "silk-cotton tree" o "red silk-cotton tree",  también llamado "Karpok" en los países anglosajones.  Su nombre científico es Ceiba pentandra. En Español se le llama Ceiba.  es un inmenso árbol, uno de los más grandes del mundo, con tronco de espinas gruesas y raíces como tabiques (tabulares) que sostienen el tronco.  Produce flores rojas de 5 pétalos que dan unas semillas envueltas en una sustancia parecida al algodón (karpok) usado para almohadas y prendas de ropa resistentes al frío y al agua.  Sus hojas están formadas por 5 foliolos lanceolados entendidos de forma palmeada.
Dicen que si rodeas una ceiba tres veces bajo la luna, se te concede un deseo.  Proceden de la América central, y eran veneradas por los pueblos precolombinos. También se encuentgran en África Tropical, en la región por donde dicen que se separaron ambos continentes.

La Chorisia, también llamada "palo borracho" (Ceiba Speciosa), común en los jardines de Málaga, pertenece a la misma familia.



Sylvia Plath.  The Bell Jar
“I saw my life branching out before me like the green fig tree in the story. From the tip of every branch, like a fat purple fig, a wonderful future beckoned and winked. One fig was a husband and a happy home and children, and another fig was a famous poet and another fig was a brilliant professor, and another fig was Ee Gee, the amazing editor, and another fig was Europe and Africa and South America, and another fig was Constantin and Socrates and Attila and a pack of other lovers with queer names and offbeat professions, and another fig was an Olympic lady crew champion, and beyond and above these figs were many more figs I couldn't quite make out. I saw myself sitting in the crotch of this fig tree, starving to death, just because I couldn't make up my mind which of the figs I would choose. I wanted each and every one of them, but choosing one meant losing all the rest, and, as I sat there, unable to decide, the figs began to wrinkle and go black, and, one by one, they plopped to the ground at my feet.”
Con esta cita tomada de la novela "The Bell Jar" empieza la película "Sylvia", realizada por la directora neozelandesa Christine Jeff, y protagonizada por Gwineth Paltrow y Daniel Craig.





Hermann Hesse - Trees





La Odisea - Homero
Laertes reconoce a Ulises cuando éste le enumera los árboles del huerto.




JOSÉ SARAMAGO

El escritor portugués José Saramago describe  a su abuelo Jerónimo así: 

"El hombre más sabio que conocí no sabía leer ni escribir.  Era mi abuelo materno, y aunque analfabeto era un sabio en su relación con el mundo.  Era pastor y había una armonía en cada palabra que pronunciaba.  Era una pieza en el mundo.  No era apático, ni resignado, tenía que ver directamente con la naturaleza: un ser directamente conectado con la naturaleza, como los árboles de su huerto, de los cuales se despidió cuando tuvo que viajar a Lisboa.  Les abrazó y se despidió de ellos, de su naturaleza, porque sabía que se iba a Lisboa a morir".

José Saramago. Discurso en la entrega del premio Nobel, 1988.
https://infomadera.net/uploads/articulos/archivo_4685_15621.pdf




Si ignoras el nombre de las cosas, no sabrás nada de ellas. 

(LO MISMO SE PUEDE DECIR PARA LAS PERSONAS, ANIMALES O PLANTAS)


"Hay una frase de Carlos Linneo, el científico que elaboró el sistema de nomenclatura binomial para los seres vivos, que pienso que es esencial en todo este tema sobre apelativos: «Nomina si nescis, perit et cognitio rerum» (Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas). Es algo que pongo de ejemplo a mis alumnos cuando hablamos de cómo nombrar correctamente las plantas. Si ni siquiera somos capaces de mencionar los árboles que nos dan sombra en las calles de ­camino a casa, poco nos van a importar esos árboles el día de mañana. Si conocemos a una persona por primera vez, ese momento viene acompañado de un saludo cordial y el nombre propio para iniciar una relación laboral, de amistad o de cualquier otro tipo. Si después ese nombre se desvanece y no lo recordamos, puede pasar que, o bien no nos importe, porque no nos interesaba saber más de esa persona, o hagamos lo posible por rememorarlo o acceder a ese nombre de nuevo para continuar ese conocimiento mutuo.

En mis estancias en Italia me ha llamado la atención habitualmente que la gente más joven no se ha desligado tanto como en España de esos nombres. Incluso en ciudades grandes, como Roma o Milán, me he encontrado a personas con profesiones muy alejadas de la naturaleza que eran capaces de llamar a los árboles y otras plantas por sus nombres populares, en una re­lación mucho más cercana a ese mundo vegetal. Es una percepción personal de que en Italia no ha habido una ruptura tan marcada con el entorno como en muchos lugares de nuestro país.

El conocimiento popular de los nombres de las plantas por parte de las personas es un acervo que es necesario transmitir de padres a hijos, para valorarlas en su justa medida. Es una herencia que quizás no tenga una recompensa material, pero que sí les va a hacer sentirse conectados con lo que les rodea, algo que en estos tiempos digitales en un bien aún más necesario, y les va a traer en el futuro muchos momentos de satisfacción. Uno de mis grandes amigos me decía que cuando su hijo, que por aquel entonces tenía tan solo unos meses, le preguntara por el nombre de un árbol, le daba mucha pena no poder contestarle. Hoy en día podemos poner remedio y hacer como la retratada Carlota Joaquina: tener un pajarito a mano para preguntarle, en forma de libro, de internet o, mejor aún, de amigo jardinero."

Eduardo Barba Gómez.  El Jardín del Prado.  Jacinto.  Espasa.  Madrid, 2020. Capítulo: Jacinto. Mariano Salvador Maellla.



La pérdida del significado de los nombres en la novela de García Márquez "Cien años de soledad".


Fue Aureliano quien concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno de los primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales, y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: «tas». Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas, Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.  (Capítulo III).


 LAS GRANADAS Y LA PRIMAVERA

Irene Vallejo.


"Hay muchas formas de entender el regreso anual de la primavera.  para los griegos representaba el final de un secuestro.  Según la leyenda, Deméter, la diosa de la cosecha y del amor maternal, tenía una sola hija, Perséfone.  Un día la joven jugaba en un prado con las hijas del Océano, destacando entre todas por su piel sedosa y sus tobillos esbeltos.  Perseguía a una mariposa cuando se fijó en un narciso que parecía lanzar destellos amarillos en la extensión verde de la pradera.  Sin saber que era una trampa, fue a coger la flor.  Entonces se abrió un abismo y de allí salió el Señor de los Muertos decidido a raptarla para que fuera su esposa.  Perséfone gritó y luchó por librarse del oscuro abrazo, pero fue inútil.

Deméter oyó su alarido y con la angustia palpitando en los oídos corrió a buscarla.   Durante nueve días registró la tierra y el mar, sin comer, sin beber, sin dormir, con un velo negro sobre el pelo del color del trigo.  Por fin el Sol le contó lo sucedido.  Desolada, la diosa se sentó bajo un olivo ceniciento y juró que no dejaría germinar ninguna semilla hasta el regreso de su hija.  Cuando el dios supremo, Zeus, vio que en los campos desnudos ya no ondulaban con la mies, ordenó liberar a Perséfone.  pero ya era tarde porque la joven había probado una granada, el fruto del País de la Muerte que es como sangre escarchada.  Una antigua ley establece que quien come con los muertos les pertenece.  Zeus decidió que en adelante Perséfone pasaría un tercio del año en la mansión subterránea y después volvería con su madre.  

Cuando ella deja el infierno, nosotros salimos del invierno."



John Fowles.  The Tree.  Little toller Books, 2016.  (First ed. 1988).  Foreword by William Fiennes.



I associate my growing awareness of the natural world with a growing body of language, so that in memory it was only when I learned and could say the words Alchemilla mollis that I first saw the crimped pale-green leaves beaded with rainwaterin the flowerbeds.

When a hedgerow song spirited de word "yellowhammer" out of a thin air, or I saw the black buds and felt the word "ash" arrive in my mouth like a cherry stone, I imagined myself to be in a relationship with those presences, connected to them.  

Knowing the names of birds, trees, clouds, plants, rocks and flowers transformed enviromental vagueness into thriling configurations of detail, and I thought (pompously) that in each small act of naming I was reprising Adam's task and participating in the creation of the world.  (Willian Fiennes)



  

Cómo será eso de tener un huerto en el corazón... ¿qué fruta dará?
Teresa Velasco tienen este poema aclaratorio, que recitó hallá por los principios de este siglo más o menos en La Polivalente, en una entrañable exposición con Pipo Rioboo y más amigos.

FISIOLOGÍA DEL CORAZÓN 

La situación privilegiada del corazón  sobre dos continentes, esternón y dorsales,  y una red de jardines de olvido desarrolla tan vasto patrimonio vegetal y micológico de sentimientos humanos que hoy conocemos.

Digamos que el corazón es y ha sido siempre una ciudad importante, incluso antes de fijarse en ella la capitalidad de nuestro organismo. Algo tendrá el agua cuando la bendicen y, aparte de su proximidad a la aorta, algo más tendría para que todos los habitantes del mundocuerpo fueran a parar de una u otra forma a este órgano “hueco”.


¿Se han fijado alguna vez en  la media hoja, enrollada a medias, que es el glóbulo que transportan nuestras vénulas? ¿han pensado alguna vez en cómo transcurre la sangre de un obeso y su parecido a la baba que deja el caracol? ¿y los grumos de sangre espumada por las grietas del olmo de Machado?

Todo empieza con un impulso eléctrico en el nódulo acebuchal, donde una forma asilvestrada de masas boscosas infringe el ritmo infernal con que corremos la maratón de la vida. Posteriormente, y asentado sobre terrenos de carácter ácido, el alcornocal trae a ciertos rincones de la aurícula un palpitar disperso que se encarga de nuestro paisaje.

En el encinar mesomediterráneo, justo en el mediastino, a mitad de destino entre lo que somos y lo que pudimos haber sido, los torviscos y palmitos ofertan un homenaje multicolor a la sangre que retorna por las venas.  Allí, el quejigar espera ansioso en el cauce del río a ser abrazado por una encina amiga que haga dilatar la pared miocardíaca. Cuando esto no sucede, se da lo que se conoce como infarto de “miocardio” y el sujeto cree suyos los corazones, majuelos y rosales silvestres cuyas hojas caducaron hace años.

Es necesario, por consiguiente, mantener los niveles de presión arterial entre unos valores mínimos y máximos que permita la vida del arroyo sanguíneo. Para ello el pinsapar despliega cada uno de los elementos anatómicos del fruto y la flor de la Inteligencia, solo presente en la familia de los homínidos. 

El pinsapo, como sabrán, debe ocupar los lugares más frescos y umbríos de la memoria, ya que su función calienta todo el órgano disparando los niveles de gasto cardíaco. Esto no se da a menudo y, protegido por la ley, el pinsapo se encuentra en peligro de extinción  desde que Sócrates fue envenenado con la cicuta.

Recientemente, los seguidores de Carl von Linné, han detectado una nueva región en el círculo de pasiones de la vegetación serpentícola, justo bajo la válvula tricúspide. Se trata de afloramientos metamórficos de origen volcánico llamados periodistas, que han dado lugar a una nueva dosis de verdad en un suelo poco fértil y algo tóxico como consecuencia de la enorme concentración de parásitos con corbata.

En resumidas cuentas, un circuito sistemático de arterias, capilares y venas por donde transcurre la visita a recuerdos embriagadores de voluptuosas nostalgias y frondas castigadas por los siglos de los siglos, amén.

TERESA VELASCO


 



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